La propuesta busca aunar la compacidad formal con la autonomía funcional de cada una de las partes del programa, así como la relación de éstas con la plaza.
La propuesta genera dos piezas que, a modo de diapasón configuran una plaza abierta, una caja de resonancia que permite a la población hacerse eco de la vida cultural que se desarrolla en el edificio.
Se huye así de soluciones ensimismadas, potenciando el valor positivo del emplazamiento, el gran vacío dentro de la trama, acotado por los volúmenes que definen el programa, con un edificio que no sobresalga desmesuradamente. El volumen mayor compuesto por el auditorio, sala de exposiciones y cafetería se sitúa en la parte norte del solar, junto a los edificios más altos; a una cota inferior, la plaza define su alzado mediante la pieza que alberga la administración y la biblioteca, conviviendo en altura con la antigua trama de Alfafar. Para liberar la zona de entrada de actividades de carga y descarga se define la Calle Nueve de Octubre como un trajinero; mientras, el acceso principal se produce por la zona de circulación más activa (Calle Tauleta), que conduce al centro de Alfafar; la calle José María Morales se transforma en un paseo peatonal que atravesando el recinto conduce a la futura zona verde.
La propuesta busca aunar la compacidad formal con la autonomía funcional de cada una de las partes del programa, así como la relación de éstas con la plaza. El acceso al auditorio es fácil y claro, se produce por la parte superior de la platea. La disposición del auditorio bifocal viene dada tanto por la adaptación y fácil compartimentación al distinto número de espectadores (según se trate de teatro, auditorio, congresos, cine… y de la magnitud del evento) como al control de la escala de una sala de estas dimensiones. El auditorio posee foso de orquesta, escenario, peine y cabinas de sonido e imagen.
El acceso al auditorio está al mismo nivel que la sala de exposiciones temporales, generando un vestíbulo que garantiza la independencia funcional. En la planta superior, buscando la luz cenital, se encuentra la galería Edgar Neville.
Desde el acceso una ligera pendiente nos invita a entrar a la plaza; abierta a la misma se sitúa la cafetería. En la cota cero del volumen menor está la administración, controlando el complejo. La biblioteca, en el nivel inferior e iluminada cenitalmente a través de una doble altura, se abre a la plaza pública. Bajo rasante se encuentran los dos sótanos de aparcamientos, así como las dependencias anexas.
El edificio se configura mediante una envolvente unitaria, en ocasiones perforada, generando tramas continuas. Los lucernarios cenitales se resuelven mediante un detalle constructivo prestado de la obra de Aalto, aumentando su número y disminuyendo su dimensión. Esta solución no pretende ser una simple piel; busca determinar el espacio mediante una de sus variables fundamentales, su iluminación. Ésta se hace dramática y mágica en aquellos lugares en los que es posible (accesos, circulaciones, talleres, aparcamiento…); homogénea donde es preciso como en la biblioteca y la administración. En la Edgar Neville se consigue desde la neutra luz cenital deseable en un museo hasta (mediante luz artificial, cegando lucernarios…) la perfectibilidad que se exige actualmente a las galerías de arte contemporáneo. Estas perforaciones se trasladan a la pavimentación iluminando el garaje y configurando la plaza. También se perforan con una dimensión mucho menor algunos de los paramentos verticales que junto con la horizontalidad de las piezas confieren al conjunto el aspecto de un elegante equipo de música.
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Gran escala