El edificio se implanta en el terreno creando un surco que, a modo de plaza de acceso, invita a entrar con un suave desnivel descendente.

El volumen emergente se divide en dos piezas: las zonas de gestión se alzan para mostrarse con una proporción vertical reivindicando su carácter representativo, asomándose a la pista de Ademuz y al perfil lejano de las montañas.

Las zonas de docencia y los laboratorios mantienen la horizontalidad que, junto a su carácter compacto, generan un espacio funcional y flexible, que se abre a un jardín didáctico de plantas medicinales.

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